Ese fue el testimonio que dio una vecina del barrio, quien pidió no ser identificada. Sonia Betancour Rojas, la esposa de Rivera, escuchó el relato, les solicitó a los edificios contiguos al parque los videos de las cámaras de seguridad para corroborar la versión. En las imágenes, borrosas y de mala calidad, se ve al sindicalista trotar cerca al parque, se ven las dos patrullas de la Policía y una moto, pero en la esquina exacta donde fue interceptado por los uniformados, según el testimonio, no había cámara. Betancour guarda los videos y los repasa de vez en cuando. Cree que esa prueba es fundamental para dar con el paradero de su esposo, desaparecido desde el 22 de abril.
El matrimonio
Fúquene y Betancour se conocieron en Cuba 13 años atrás. Ella vivía en La Habana. El pelo rubio, teñido, los ojos claros. Tenía 21 años entonces. Él, 38. Era sindicalista, un enamorado de la causa socialista. Ella repetía con la mano en la frente las consignas que eran la oración del colegio cada mañana: “Pioneros, por el comunismo, seremos como el Che”, “Qué viva la revolución”, “Socialismo o muerte”. Él hablaba del Che. Se encontraron en Cuba, los dos revolucionarios y comunistas. Se enamoraron y allí también se casaron.
“Él siempre repetía ‘yo amo esta isla, tengo que casarme con una cubana’ ”, recuerda Sonia Betancour. Y así fue. Viajó a Cuba de vacaciones en 1995. Un amigo le presentó a Sonia, la mujer de cuerpo bonito, shorts y camiseta, que se convertiría en su esposa dos años después. Sólo estuvo 15 días en la isla. Entonces, para conservar el amor, vinieron infinidades de llamadas y cartas y promesas de volver a estar juntos.
“Mi amor, a veces me da miedo tanta felicidad, pues temo que te enamores de una colombiana y te olvides de mí”, le escribió ella alguna vez. Después de unos meses fue él quien le hizo una propuesta: “¿Eres capaz de casarte conmigo, eres capaz de venirte a Colombia conmigo, eres capaz de tener hijos conmigo?”. Betancour no respondió. Entonces llegó una nueva carta, “¿Por qué no me has contestado las tres preguntas que te hice?”. Esta vez la respuesta inmediata fue sí.
Se casaron en Cuba y volvieron a Colombia a vivir, a trabajar –ella en enfermería y él en el sindicalismo– y a tener una hijita que tendría como nombre Gabriela. La niña de ocho años fue la última que vio a Guillermo Rivera esa mañana fría del 22 de abril.
La desaparición
El pasado 21 de abril Sonia Betancour y su esposo se pusieron una cita en el centro, cerca de la Contraloría de Bogotá, donde él trabajaba. Se encontraron y abordaron juntos el Transmilenio hacia su casa en El Tunal. En el camino, Rivera le habló a su esposa sobre una historia triste que había leído esa tarde en internet.
“Era la historia de una niña de nueve años que esperaba ser adoptada. Su hermana ya tenía una familia adoptiva y ella aún no. A Guillermo le impresionó mucho ese testimonio. Me decía, ‘ojalá yo nunca le falte a Gabrielita. Quisiera estar con mis hijas hasta que tengan una carrera y puedan defenderse solas’. Me lo dijo esa noche antes de desaparecer”.